A todos aquellos que decidieron formar jugadores, a esos que tomaron tiempo de donde no había para dedicarse a transmitir el rugby a un puñado de gurises, a esos que reciben enojos de esposas, novias o madres porque no están tanto con ellas, a los que ponen su casa para las reuniones, el auto, la guita aunque no les alcance, los que cargan bolsos, botiquines, las camisetas olvidadas y se quedan a buscar pelotas perdidas, los que tiene que ocuparse del micro, perseguirlos para que vendan esa rifa, los que los llevan para que se hagan el exámen médico, el que está aunque llueva o truene, ese que nos repite una y mil veces que prefiere buenas personas antes que buenos jugadores pero que si son buenos jugadores, mejor, ese amigo que quiere vernos jugar y que salgamos ilesos, ese que solo cobra sonrisas, ese es nuestro entrenador y es una gran parte del juego y reconocercelo es decirle gracias por habernos hecho amar al rugby.
Y tampoco nos olvidamos de esas otras y otros que sin ser nada más y nada menos que nuestros padres o amigos y, quizás sin saber mucho del juego, también ponen el lomo para que lleguemos a la cancha.
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